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Yehuda, una unidad de infantería del Ejército israelí especial para ultraortodoxos: la comida es kosher, no hay contacto con mujeres, pero sí tiempo para estudiar la Torá
Internacionales AgenciasDesafiando el canon del judaísmo ultraotodoxo de su comunidad, Lehiel Waiss llegó con 19 años y su morral a cuestas al cuartel de reclutamiento del Ejército de Israel, esperando integrarse a las tropas en Gaza, Cisjordania o Líbano.
Entró con una kipá en la cabeza y saldrá con un arma en las manos.
Para llegar hasta las carpas de alistamiento en Tel Aviv, Lehiel tuvo que abandonar -hace dos años- su pueblo natal en Bélgica, donde se crió bajo la hermética dinastía jasídica de Guer.
Ahí, los hombres consagran su vida al estudio de los textos sagrados de la Torá y visten siempre gabardina negra, un prominente sombrero de fieltro y pantalones enfundados en calcetas blancas.
Tras mudarse a la campiña de Israel, Lehiel decidió responder al llamado del Ejército -ávido de nuevos reclutas desde el estallido de la guerra contra el grupo islamista Hamás en octubre- a pesar de que prominentes rabinos ultraortodoxos de Jerusalén se lo prohíben, alegando violación al dogma.
“Hay un gran debate sobre si los judíos ultraortodoxos deben o no unirse al Ejercito. Creo que los jóvenes que están estudiando en la yeshivá (escuela religiosa) deberían continuar, pero los que no, deberían unirse al Ejército. Para eso vine y estoy orgulloso”, comenta el muchacho pelirrojo a EFE, poco antes de registrarse en las listas.
En 1999 se estableció el 97° batallón Netzah Yehuda, una unidad de infantería del Ejército israelí especial para ultraortodoxos: la comida es kosher, no hay contacto con mujeres, pero sí tiempo para estudiar la Torá.
Desde entonces, unos 21.000 ultraortodoxos (haredíes) han pasado por las filas castrenses. Actualmente sirven 2.800, de los cuales 780 vienen de fuera de Israel o no cuentan con familia en el país -como Lehiel-, según la ONG Nahal Haredi, fundada por rabinos que acompañan a soldados religiosos.
Estas cifras representan una minoría respecto al más de medio millón de soldados activos y de reserva que integrarían las Fuerzas de Defensa de Israel.
Moti Kaminstein, quien dedicó siete de sus 27 años al servicio militar y se retiró como comandante en una brigada paracaidista, asegura que el combate es compatible con la fe ultraortodoxa.
“No siento que el Ejército haya afectado mi capacidad religiosa, al contrario. En muchos momentos fortalece las creencias. Es una ‘mitzbá’ (bendición), depende de cada uno”, asegura el también fundador de la organización Tahles, que alienta a los haredíes a enrolarse.
La dificultad para conservar sus costumbres en el campo de batalla no es la única razón por la cual muchos haredíes se resisten al reclutamiento. Históricamente, no siempre han simpatizado con el sionismo pues, según creen, el Estado judío no debería fundarse hasta la llegada de su mesías y ninguna ley debería pesar más que la divina.
Así, cuando se estableció Israel como nación en 1948, pactaron su autonomía con un sistema educativo propio y exenciones del servicio militar obligatorio. La mayoría no celebra el Día de la Independencia ni esgrime banderas israelíes, e incluso una minoría es abiertamente partidaria de la causa palestina.
Pero en julio, ya en plena guerra contra Hamás en Gaza, con Cisjordania inflamándose en una creciente violencia y enfrentando una escalada con el grupo chií libanés Hizbulá, Israel dijo precisar 10.000 nuevos reclutas, y espera incorporar a 3.000 ultraortodoxos este año.
Un mes antes, la Corte Suprema determinó que “no existe base legal” para excluir a los israelíes ultraortodoxos del alistamiento, pues reciben subvenciones estatales y la población secular, obligada a servir, lo percibe como una situación antidemocrática.
Esta decisión provocó una ola de furia entre los ultraortodoxos, cuyos partidos políticos -Shas y Judaísmo Unido de la Torá- integran la coalición con la que Benjamín Netanyahu regresó al poder, a cambio de mayores subsidios y extender sus privilegios militares.
Como un mar ondeante de sombreros negros, multitudinarias protestas de hombres haredíes inundaron Jerusalén y Tel Aviv, en medio de una fuerte represión policial. El 16 de julio, una turba de religiosos lanzó botellas y otros objetos contra militares.
“Llegamos aquí antes que ustedes y vivíamos en paz con nuestros vecinos árabes. No hay derecho a exigirnos que carguemos una carga a la que nos opusimos”, claman decenas de ultraortodoxos con pancartas, al protestar cerca del cuartel en el que Lehiel fue reclutado.
Detrás de sus largas barbas y tirabuzones, los religiosos se negaron a hablar con EFE, pero mientras bloqueaban avenidas, gritaban a cada chico que se alistaba: “!Tú no eres judío!”.
Cargando una mochila casi tan grande como él, Lehiel se consuela al pensar que los militares ultraortodoxos “son más sionistas que cualquier soldado, pues su lucha empieza mucho antes” de integrar las tropas.
“La gente de mi comunidad me decía que estaba mal de la cabeza por enrolarme y que el horror de la guerra me aclararía las ideas”, recuerda este chico menudo, de ojos azules y aparato en los dientes.
Tras oficializar su alistamiento, Lehiel abordó el bus militar que lo llevaría a su nueva vida. Desde la ventana, miró a sus neófitos compañeros despedirse de los suyos con besos al aire y fotos de celular.
Con información de EFE
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