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La Navidad genera efectos psicológicos, especialmente en madres de familia, que enfrentan sobrecarga y estrés. Estudios revelan consecuencias y estrategias para aligerar la carga
Actualidad Camila Vera
Alegría y unión familiar son lo que viene a la mente cuando se habla de la temporada más esperada por muchos: la Navidad. Sin embargo, los efectos psicológicos que produce esta época, sobre todo en las madres, son una realidad con evidencia científica y sociológica que confirman la presión que puede generar organizar las celebraciones, mantener las tradiciones y agregar nuevas tendencias a las actividades navideñas.
La Navidad suele presentarse como un tiempo de felicidad, pero diversos estudios muestran que también es una época de mayor tensión psicológica.
Según una encuesta realizada por Sigma Dos para Ikea en España, más de la mitad de la población reconoce vivir estas fechas con estrés, y las mujeres lo reportan en mayor medida (55,7% frente al 42,5% de los hombres), ya que son ellas quienes asumen la organización de cenas, regalos y compromisos.
Tal como lo explica El País en un reportaje sobre la carga mental femenina en diciembre, la planificación de regalos, comidas, actividades escolares y compromisos familiares recae principalmente sobre las madres, generando agotamiento y menor disfrute de las fiestas.
Esta sobrecarga se traduce en lo que especialistas denominan un “tercer turno”: además del trabajo remunerado y las tareas domésticas habituales, las madres deben sostener la logística emocional y operativa de la Navidad.
Los efectos de esta sobrecarga incluyen ansiedad, irritabilidad, tristeza y fatiga mental. De acuerdo con el Colegio Colombiano de Psicólogos, el estrés navideño puede manifestarse con dolores de cabeza, tensión muscular, insomnio y pérdida de interés en actividades habituales.
La llamada “tristeza festiva” o Holiday Blues también se ha documentado en estudios internacionales. Según la plataforma especializada Verywell Mind, tres de cada cinco adultos reportan sentirse estresados o agotados entre noviembre y diciembre, y las mujeres son más vulnerables por la combinación de responsabilidades laborales, domésticas y familiares.
Además, un análisis publicado por El Mostrador señala que el 93% de las madres reporta agotamiento extremo en diciembre, lo que confirma que la presión de las fiestas puede tener consecuencias duraderas en la salud mental.
Los especialistas coinciden en que cierto nivel de estrés es normal y adaptativo, pues ayuda a organizar y responder a las demandas de la temporada. Sin embargo, cuando el estrés se convierte en agotamiento constante, ansiedad o tristeza persistente, deja de ser funcional y puede afectar la salud física y emocional.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que la depresión posparto y la ansiedad perinatal afectan hasta al 20% de las madres, y diciembre amplifica estos riesgos.
Tal como explica Reporte Asia en un análisis sobre depresión navideña, las fiestas pueden agotar el cerebro y generar síntomas que requieren atención profesional si se prolongan más allá de la temporada.
Los estudios sugieren varias estrategias para reducir la sobrecarga:
- Repartir tareas entre todos los miembros de la familia, visibilizando el trabajo emocional y logístico que sostienen las madres.
- Establecer límites claros frente a compromisos sociales y financieros, evitando la presión de cumplir con expectativas irreales.
- Delegar y pedir ayuda, rompiendo la idea de que la madre debe sostener sola la magia de la Navidad.
- Priorizar el autocuidado, reservando tiempo para descansar, desconectar y mantener rutinas saludables de sueño y alimentación.
- Reducir la exposición a redes sociales, que intensifican la comparación con celebraciones idealizadas.
De acuerdo con Nueva Revolución, visibilizar la carga invisible que recae sobre las mujeres en estas fechas es un paso fundamental para redistribuir responsabilidades y garantizar que las fiestas sean realmente compartidas.
La Navidad, más allá de su imagen festiva, actúa como un amplificador emocional. Para las madres de familia, significa una sobrecarga de actividades invisibles que impacta directamente en su bienestar psicológico.
Reconocer esta realidad y redistribuir las responsabilidades es clave para transformar las fiestas en un espacio de disfrute compartido y no en una prueba de resistencia.

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