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Cultura y Ocio Sala de redacciónEn numerosas ciudades del mundo, nadar en un río ya no se considera un acto peligroso o prohibido, sino un derecho simbólico y compartido. Desde Zúrich hasta París, y de Berlín a Melbourne, cada vez más metrópolis buscan recuperar la conexión con sus aguas.
Niños y adultos se lanzan al canal en Copenhague, desde plataformas flotantes, rodeados de kayaks, peces y ciclistas que descansan junto al agua. Estas actividades se están convirtiendo en el nuevo estándar urbano.
Y para las que no tienen acceso directo al mar, los ríos han sido vías estratégicas para el comercio y arterias alrededor de las que se han desarrollado grandes civilizaciones.
Las ciudades y sus habitantes han convivido con sus ríos durante siglos, e incluso era normal bañarse en sus aguas. Ejemplos de esta profunda conexión van desde el Tíber en Roma, surcado por las embarcaciones de Cleopatra, hasta el Támesis en Londres y el Sena en París, lugar que Napoleón eligió para su sepultura.
Por el contrario, ver a alguien zambullirse ahora en pleno centro urbano suele causar sorpresa o rechazo, por su asociación inmediata con aguas residuales o peligros ocultos.
Sin embargo, las cosas están cambiando de nuevo y numerosas iniciativas buscan devolver estos espacios a la ciudadanía. En este sentido, la reivindicación del derecho al baño urbano es una brújula ética: implica luchar por aguas limpias, rediseño del espacio público y una nueva sensibilidad frente al cambio climático.
La red Swimmable Cities, fundada en Melbourne por el arquitecto Matt Sykes, ha hecho de esta idea una bandera global. Se trata de una alianza de urbanistas, arquitectos, gobiernos locales y activistas que promueven la cultura del baño urbano como herramienta de regeneración social y ecológica. Su tesis es sencilla pero poderosa: si un río es seguro para nadar, también lo es para vivir. Una premisa que puede catalizar un nuevo modelo urbanístico.
“No se trata solo de nadar, sino de imaginar otra ciudad”, asegura Sykes. Con presencia en más de 70 ciudades de 27 países, el movimiento impulsa proyectos de regeneración desde el agua, porque “una ciudad que se atreve a tocar su río”, añade su representante, “es una ciudad que se cuida”.
En junio de 2025, Rotterdam acogió la primera cumbre global de Swimmable Cities, coincidiendo con el World Bathing Day.
Por tanto, lejos de ser un capricho estético, nadar en el corazón de una metrópoli es hoy una declaración de principios. Significa que el agua está lo bastante limpia como para confiarle el cuerpo, que las infraestructuras se han adaptado y que la ciudad está repensando su relación con la naturaleza.
Según Sykes, de hecho, muelles, piscinas flotantes y duchas fluviales deberían integrarse al paisaje urbano igual que los carriles bici o los bancos.
Si los madrileños aún esperan poder bañarse en el Manzanares, hay quienes juegan con ventaja y no necesitan sensibilización ni especiales obras de bonificación.
En Suiza, la cultura del baño fluvial está muy arraigada y ciudades como Zurich, Basilea y Berna se han convertido en referentes.
En verano, el Limmat, el Rin o el Aar se llenan de bañistas, estudiantes y trabajadores. En Berna, incluso, algunos van al trabajo nadando, usando el Aarebag —una bolsa impermeable— como flotador y mochila, aprovechando la corriente como transporte público sostenible.
En Copenhague, la transformación empezó hace dos décadas. Donde había residuos industriales, hoy hay trampolines, pasarelas, duchas y piscinas flotantes diseñadas por el prestigioso estudio BIG. El secreto: inversiones en depuración y un sistema de control del agua en tiempo real accesible desde el móvil.
Algo parecido ocurre en Viena. El canal del Danubio (Donaukanal) ha dejado de ser un cauce marginal para convertirse en un espacio vivo gracias al colectivo Schwimmverein Donaukanal, y la obra de ingeniería del Neue Donau ofrece playas y ciclovías a millones de personas.
El 8 de julio de 2025, París vivió un hito histórico: tras más de un siglo de prohibiciones, bañarse en el Sena ya es posible. Con más de 1.100 millones de euros invertidos y un sistema de monitoreo bacteriológico diario, se han habilitado tres zonas de baño gratuitas —Bercy, Grenelle y Bras Marie— con vestuarios, duchas, boyas y control de aforo. Miles de personas acudieron el día de la inauguración bajo la mirada la torre Eiffel.
Detrás de este proyecto hay más que el legado olímpico. En 2023, más de 3.000 personas murieron en Francia por olas de calor, y convertir el río en solución climática es también un acto de justicia urbana.
“Cuanto más suban las temperaturas, más necesitaremos espacios frescos accesibles”, dijo la alcaldesa Anne Hidalgo.
La idea venía de lejos: en 1988, el entonces alcalde Jacques Chirac prometió bañarse en el Sena para demostrar su limpieza, pero nunca lo hizo. Hidalgo, en cambio, cumplió zambulléndose antes de los Juegos de 2024.
En Berlín, el proyecto Fluss Bad Berlin también propone transformar 1,8 kilómetros del canal del Spree en una piscina pública ecológica. Desde 2015 se celebra allí la Fluss Bad Pokal, una carrera de natación que atrae a cientos de personas.
“El objetivo ya no es solo filtrar el agua, sino monitorizar su calidad en tiempo real, como se hace en Copenhague o París”, explican los promotores, que ahora trabajan para abrir un tramo piloto de baño legal. Mientras tanto, la Badeschiff —una piscina flotante en el East Harbour— hospeda baños y conciertos desde 2004.
La revolución del baño urbano no tiene fronteras. En Londres, el estudio Studio Octopi lleva años impulsando —de momento sin éxito— el proyecto Thames Baths, con piscinas flotantes alimentadas por agua filtrada del Támesis.
En Praga, espacios como Žluté Lázně han devuelto vida al Moldava; en Utrecht, el canal del barrio Oog in Al se ha convertido en una playa urbana con restaurantes y eventos musicales; hasta en Moscú, el proyecto The Moscow River Age busca revitalizar las riberas del río Moscova.
Fuera de Europa, en Melbourne, el río Yarra contará con doce nuevas zonas de baño para 2030, así como en Nueva York, el proyecto +POOL prevé inaugurar una piscina filtrante en el East River. En Singapur, el canal Kallang ha sido renaturalizado como parte del parque Bishan-Ang Mo Kio, integrando ecología, recreo y diseño.
Según el informe de Swimmable Cities, todos estos nuevos espacios aumentan el valor inmobiliario, refuerzan el sentido de comunidad y fomentan la equidad urbana. Por eso, su carta fundacional habla no solo del “derecho a nadar”, sino del derecho a vivir en armonía con el agua.
Nadar en el centro de una ciudad ya no es solo ocio. Es también salud mental, economía local y justicia ambiental. Quizás el mayor cambio no sea físico, sino mental: volver a ver el río como parte del paisaje habitable, como un aliado contra el calor y un lugar donde estar y compartir, podría ser uno de los gestos más bellos y urgentes de nuestra época.
Con información de La Vanguardia
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