Si tu culo fuera un pan, necesitaría un remo pa’untarlo de mantequilla: ¿Ofensa o piropo?

Tal como están las cosas a día de hoy, dudo mucho que el joven se atreva a pronunciar las mismas palabras por miedo a ser denunciado por acoso, por delito de odio, por injuria y por calumnia

Libertad de Cátedra Araceli Martínez Miravé
Araceli Martínez Miravé
Araceli Martínez Miravé

Un camionero en una gasolinera, repostando en la fila contigua a la mía. Llenar el tanque de un camión da para media hora, tiempo suficiente para verme salir del coche, llenar el depósito, ir a la garita a pagar y regresar.

Nos hacemos un saludo de cortesía con un gesto de cabeza y tiene el arrojo de decirme “señora, es usted muy elegante”. Pongo tal cara de sorpresa que el buen hombre se asusta y se disculpa por su osadía, diciendo que para nada me quería ofender.

Pues claro que no me ha ofendido, al contrario, me ha alegrado el día. Me ha dado una dosis extra de autoestima, me ha hecho sentir bonita y atractiva. Arranco el coche y salgo de la gasolinera con la sonrisa puesta para todo el día.

El tema del culo y el remo es otro cantar. Escuché ese pseudo piropo en un puerto de pescadores, de boca de un guapo marinero que estaba descargando la pesca del día.

Lo dirigía a una chica joven y bonita que paseaba junto al muelle. La chica respondió con una serie de improperios que me niego a reproducir. Ahí terminó el episodio. El marinero cerró la boca y la joven siguió su camino haciendo aspavientos para mostrar su indignación.

Para mí fue lo más divertido que había vivido en el día. Según mi punto de vista no fue grave, no lo consideré una agresión, ni siquiera lo viví como algo ofensivo. Claro está que no me lo habían dirigido a mí.

Lo cierto es que la frase en cuestión se me quedó grabada a fuego en la memoria y todavía, años después, sigo riendo cuando la recuerdo. 

Tal como están las cosas, dudo mucho que a día de hoy, el joven y guapo marinero, que ahora ya no debe ser ni tan joven ni tan guapo, se atreva a pronunciar las mismas palabras. Vamos, miedo a ser denunciado por acoso, por delito de odio, por injuria y por calumnia. Quizá me estoy olvidando de alguno.

He de decir, en favor del marinero, que le he parafraseado muchas veces para ejemplificar la idiosincrasia de los piropos.

El pan con mantequilla es un manjar, una delicia, casi un ritual de absoluto placer. Me viene a la mente la imagen de un buen restaurante, de esos pocos en los que aún te traen una pequeña tarrina con virutas de mantequilla a la temperatura ideal para ser untada y una cesta con unas cuantas rebanadas de pan recién horneado.

Veo como los comensales, con auténtica devoción, empiezan a untar el pan, no perdonan ni una esquinita, pasan el cuchillo una y otra vez hasta que queda bien plana y bonita.

Luego miran la obra de arte que acaban de crear, la levantan ligeramente como quien hace un brindis, y seguidamente a la boca, en un bocado lento, muy lento, de auténtico deleite.

Visto así, yo quiero ser la rebanada de pan con mantequilla. Quiero ser objeto de piropos, aún sabiendo que unos serán más apropiados que otros. Siempre me quedará el derecho a responder de forma proporcional.

Quiero perder el miedo a decir lo que pienso, a no ser políticamente correcta. Quiero provocar y que me provoquen sonrisas. Quiero oírme un “señora, vaya usted con Dios y su hija conmigo”, que me permita una réplica ácida pero educada como “un Dios es lo que merece mi hija y no tú”.

Quiero poder alabar las cosas bellas, con más o menos arte, con más o menos acierto y siempre con la mejor de las intenciones. Y el que es soez, desagradable u ofensivo, bastante desgracia tiene por su falta de educación. No es necesario enviarle a la cárcel.

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