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El cerebro es un eterno buscador de amenazas, reales o inventadas. Quiere mantenernos a salvo. Así es cómo hemos sobrevivido desde la época de las cavernas.
Libertad de Cátedra Lina De GiglioEstamos en piloto automático. Repetimos rutinas sin darnos cuenta. El día termina, la semana termina, el mes termina y apenas nos enteramos.
Estamos siempre perdidos en nuestros pensamientos, sobre lo que hicimos o lo que vamos a hacer, proyectados al futuro o anclados al pasado.
Vivimos en una sensación de urgencia permanente, haciendo cosas de bajo impacto, cosas en las que, luego, nadie repara o repara a medias o no agregan valor. O no nos agregan valor.
Rutinas, rutinas… como si hubiera que matar el día, como si sobrara vida. Olvidamos que cada día es único e irrepetible, que no hay días para ensayar vida.
En este estado de desconexión con el presente solemos perdernos las cosas más bonitas, más simples.
¿Acaso recuerdas la sensación del agua tibia sobre tu cuerpo durante la ducha de esta mañana?, ¿recuerdas la sensación de frescura y liviandad que te produjo?
¿Te detuviste a disfrutar del aroma que emanaba de la taza de café en tu desayuno?, ¿honraste la gracia de tener alimento en tu mesa para empezar el día?
¿Te fundiste en los sabores que inundaron tu boca?, ¿agradeciste por salir a la calle y sentirte inmerso en el mundo?
¿Levantaste la vista y contemplaste el verde de los árboles contrastados en el cielo?
¿Detuviste tu mirada en el niño, el joven, el anciano con quien te cruzaste en tu andar apresurado?
Para y piensa. Y laméntate si no has disfrutado de algunos de estos pequeños regalos que has tenido al alcance de tu mano y has despreciado.
¿Por qué nos perdemos todo esto? ¿Dónde estamos mental y emocionalmente que no podemos capturar el momento?
Estamos perdidos en nuestra mente. Esa que repite todo el tiempo la lista de los pendientes. Preocupados. Que no digo ocupados, sino pre-ocupados.
Sin embargo, el 95% de lo que nos preocupa nunca sucederá. Es dato.
Es entonces cuando queda en evidencia que vivimos más una vida mental -pensada, inventada- que una vida real, esa que debería interactuar conscientemente con la realidad que nos rodea.
Es que el cerebro es un eterno buscador de amenazas, reales o inventadas. Quiere mantenernos a salvo. Así es cómo hemos sobrevivido desde la época de las cavernas.
Pero eso ya quedó atrás. Ahora, toca desarrollar consciencia.
Ahora toca detenernos en cada pensamiento que nos inunda para darle la importancia relativa que tiene. Toca comparar percepción vs realidad. Toca contrastar si lo que viene a nuestra mente está basado en hechos o simplemente deviene de la costumbre de estar siempre adelantados a los acontecimientos.
Aquí y ahora. Foco en el momento presente es lo que se necesita. Porque no existe más que ese momento. No hay más.
Pero, ¿y qué pasa con todas las bondades de la planificación que nos han metido en la cabeza? ¿Acaso hay que desestimar el por-venir y dar respuesta a lo que se presente en el momento, sin más?
Será difícil lograrlo en la vida que llevamos. Tampoco es necesario ser tan extremista. Se trata de tener una meta, un objetivo, un camino y luego… disfrutar de ese camino.
Ambas dimensiones: futuro cercano y presente. Y a cada dimensión, darle su importancia.
Que no sólo al futuro, perdiendo la vivencia del momento. Que no despreocuparnos del rumbo y sólo responder a lo que surja. Ambas dimensiones. En su justa medida.
Porque ya no se puede más perder vida y para eso se necesita estar presente, consciente, permeable, atendiendo las señales que nos envía nuestro cuerpo y nuestra emoción.
Cuando podamos alcanzar este equilibrio, seremos un poco más libres. Y, también, un poco más felices.
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