El Obispo agasajado

Luis, me dijo, ¿te he contado la historia del Obispo de Córdoba?. No, le respondí, aunque ya me la hubiera contado muchas veces era divertida y divertido como lo contaba.

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Mi padre, un señor notario y registrador de la Propiedad en excedencia, en los últimos días de su vida, me contaba esta anécdota, sucedido o historieta que a su vez le había contado su amigo y también notario, Manolo R.

De gran sentido del humor y con el empaque, tono y léxico de un señor del siglo pasado relataba lo que le ocurrió a Manolo, estando este destinado en un pueblo de Córdoba. La historia nos la contaba repetidas veces pues su memoria le fallaba con la edad.

El año que cumplió 94 años me lo subí a pasar unos días en mi casa de la Costa Brava. Y en una comida que organicé en el jardín con mis amigos, sentado presidiendo, volvió a contarla, no una vez si no dos.

Luis, me dijo, ¿te he contado la historia del Obispo de Córdoba?. No, le respondí aunque ya me la hubiera contado muchas veces era divertida y divertido como lo contaba. Así que el hombre contento con toda nuestra atención, empezó con el relato.

Manuel se echó una novia, hija de un agricultor rico de un pueblo de Córdoba. El cura del mismo solicitó del más rico del lugar alojamiento para el Sr. Obispo que iba a realizar un viaje pastoral por los pueblos de la provincia.

En aquella época, después de la guerra civil, el país pobre, los obispos no disponían de presupuesto para gastar  y las fondas no eran lugar para el dignatario.

El padre de la novia de Manolo se alegró por el honor de poder acoger al prelado. Así que prepararon la mejor habitación del caserón y dispusieron para obsequiarle con una cena.

El cura aportó la hija de una feligresa de quince años, analfabeta pero bien dispuesta para atender la mesa. La aleccionaron para cómo debía tratar al obispo y cómo debía servir la cena.

“El Papa de Roma se le trata de Santidad, representante de la divinidad en la tierra, el Jefe del Estado de Generalísimo, el Gobernador de la provincia y el Alcalde de Excelencia”  y al obispo debía tratarle de Ilustrísima y así repetidas veces para que no quedaran mal ni ella ni ellos.

La sopera y las bandejas debía ofrecerlas por la derecha de su Ilustrísima, procurando que se sirviera lo mejor de cada plato. Tremendo lío se armó la chiquilla!! Sobre todo con el tratamiento.

Llego el Obispo en un coche viejo movido por gasógeno, conducido por un curica joven, se aposentaron y bajaron a cenar al comedor que solo se usaba en días señalados. 

Asistió toda la familia, el obispo, el cura, Manolo y su novia.

La moza provista de sopera y cucharón se dirigió a la derecha de su Ilustrísima para que este se sirviera. Procedió éste a servirse pero solo superficialmente del sopicaldo.

La chica nerviosa, al ver que en el plato solo había aguachirrí sin tropezones, le espetó  “ajonde, ajonde, su divina majestad que en el culo está lo bueno”.

Lo cuento para agradecer a mi padre su sentido del humor que creo que he heredado.

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