El secreto marítimo tras la travesía de Colón a América

El primer viaje de Cristóbal Colón no es solo la llegada a un nuevo continente, sino el descubrimiento de las corrientes circulares del Atlántico que se convertirían en la ruta obligatoria durante siglos

Cultura y OcioYusmary CocciaYusmary Coccia
Pintura de Cristóbal Colón del litógrafo Louis Prang|Foto: Wikimedia Commons
Pintura de Cristóbal Colón del litógrafo Louis Prang. Foto: Wikimedia Commons

Cuando Cristóbal Colón zarpó del puerto de Palos en agosto de 1492, su objetivo era alcanzar las Indias por una ruta occidental. Sin embargo, en la era de la navegación a vela, adentrarse en un océano desconocido significaba poner la tripulación y la misión a merced de vientos y corrientes marinas desconocidas. Meterse en una ruta equivocada podía ser una sentencia de muerte, sin posibilidad de regresar.

Lejos de ser un acto de fe o de suerte, la travesía de Colón fue una lección de observación e intuición náutica aplicada a la dinámica oceánica. Su conocimiento, adquirido en expediciones portuguesas por la costa africana, le hizo confiar en los vientos alisios y las corrientes superficiales. Por ello, desde las Islas Canarias, su flota se dejó llevar deliberadamente hacia el suroeste, impulsada por el flujo constante de los vientos alisios del noreste y la Corriente del Atlántico Norte.

La elección fue acertada, pero no exenta de un enorme riesgo psicológico. Una vez en alta mar, las tres carabelas fueron arrastradas por el océano. La constancia del viento, que siempre soplaba en la misma dirección, comenzó a sembrar el pánico entre la tripulación. Se extendió el rumor de que habían entrado en un "mar maldito" del que jamás podrían escapar, ya que no había vientos que les permitieran volver a casa.

Lo que los marineros no sabían es que Colón, ya experimentado en viajes marinos, estaba deduciendo la solución. Anotaba en su diario el color del agua, la presencia de algas y la dirección del viento para mapear corrientes invisibles. Mencionó el Mar de los Sargazos, un vasto remanso de algas que en realidad es el corazón del Giro Oceánico del Atlántico Norte. Confiaba en que los mismos mecanismos naturales que les empujaban hacia el oeste podrían traerlos de vuelta.

Tras su llegada a las islas del Caribe, el viaje de retorno demostró la experiencia del navegante. Colón no intentó luchar contra las corrientes que le habían traído, sino que se desplazó hacia el norte, buscando la "autopista" de regreso. Allí encontró los vientos del oeste y la poderosa Corriente del Golfo, que fluye hacia el este. Subirse a esta corriente contraria le permitió navegar de vuelta, llegando primero a las Azores y, finalmente, a las costas de Europa.

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Sin proponérselo, Colón descubrió el secreto de la navegación transatlántica: el Giro Subtropical del Atlántico Norte, una gigantesca circulación en forma de óvalo que conecta ambos continentes.

Este descubrimiento fortuito definió los patrones de comercio y exploración durante más de tres siglos. La llamada "Ruta de los Vientos" se convirtió en la autopista marítima por excelencia, los barcos que viajaban a América bajaban hacia el sur, hacia Canarias o Cabo Verde, para cruzar el océano impulsados por los alisios. Para regresar, subían hacia el norte para engancharse a los vientos del oeste y a la Corriente del Golfo.

Hoy, la ciencia ha confirmado lo que aquellos marinos del siglo XV descubrieron empíricamente: los océanos son una maquinaria viva, impulsada por la rotación terrestre y la diferencia de temperaturas. El descubrimiento de Colón de estas "autopistas marinas" no solo cambió el mapa del mundo, sino que hoy en día ayuda a los científicos a comprender un desafío global moderno y es cómo el cambio climático está alterando estas dinámicas oceánicas y las consecuencias impredecibles que podría tener si este sistema hidráulico llegara a fallar.

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